Me sorprendió una maceta en la entrada de baldosas de
una casa –y sé quién vive en esa casa, qué hermanos que no imagino cultivando
flores-
Pero me sorprendió esa maceta llena de pensamientos
gozosos, frescos, recién despiertos, violeta bordó casi negro amarillo
entreveros.
-Es hora de
poner pensamientos- pensé
Es hora- pensé y
pensé en el calendario.
Flores para salir del invierno, hacer girar el tiempo,
la tierra en un gran bostezo, el año nuevo.
Aquí la idea interrumpió la secuencia: el año nuevo
acaba de empezar, las señales son clarísimas: días más largos, brotes, flores
en los almendros, los pensamientos en la maceta de los vecinos.
Lo demás es una abstracción: bruscos cortes en el
almanaque, engaños; arrebatan.
Delante de nuestros ojos está el otro tiempo, el
tiempo material, lento y suave, con sus secuencias largas, desplegándose como
un abanico pintado con flores y pájaros. El tiempo de la belleza: encarna
colores, sombras, susurros, pétalos, migraciones, sal, sequía, transparencias,
pariciones, muertes.
Sería más fácil si no lo olvidáramos.
Mi otra vecina, la del jardín milagroso, lo sabe
perfectamente: En las vacaciones de
invierno se siembran los gladiolos – me dijo, como una fórmula mágica que
sacará varas rojas en diciembre.
Sólo se trata de adscribir la poética de la estrella.
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