Era como un pequeño
teatro de Pollock, entraban en escena –una calle de alguna ciudad que no
reconocí- un par de zapatos plateados, de taco. No tacos aguja, tacos anchos
como para bailar flamenco. Eran unos zapatos seguros, brillantes y altos.
Entraban solos,
vacíos; con un pequeño movimiento, un impulso invisible que los hacía aparecer,
desplazarse hacia adelante.
Yo estaba en otro
sueño y presenciaba esta escena desde afuera. Una escena de teatro toy puppets
en la que los títeres de juguete eran los zapatos.
La escena duraba diez
segundos o menos y después yo seguía con mi sueño.
Pero dentro del
sueño, me quedaba pensando en los zapatos, preguntándome por ellos.
Todo el día fue así.
Até la escena con un hilo para que no se escapara y pensé en ella a lo largo de
las horas.
¿Qué hacían allí los
zapatos? ¿Qué vinieron a decirme?
No era la imagen si
no el movimiento lo que me inquietaba. La manera en que los zapatos aparecían,
entraban.
De a poco entendí que
eran fantasmas. No fue una revelación, lo fui descubriendo con la repetición de
la escena grabada en el sueño.
Todavía no sé de qué
hablan esos fantasmas, qué anuncian.
Me falta la Madre
Azúcar de Lessing que me ayude a pescar en agua negra.
Aunque ahora,
descalza y sentada en la cama, justo antes de volver a pisar terreno incierto,
recuerdo que estuvimos hablando de Ana Karenina.
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