Pasan todas las mañanas, son un alerta, anunciadores
de que el día está en tránsito.
Cuando era chica, eran los guardianes del patio de la
abuela.
Me preguntaba por qué no volaban, no se iban cielo
arriba. Se comportaban como gallinas, gallinas flacas, descoloridas, serias.
No sé cuando supe que les cortaban las alas.
¿Cómo se cortan las alas de un tero?
¿Quién les cortaba las alas, la abuela, el abuelo?
¿Con la tijera de salir al patio a buscar achicoria? ¿Con la tijera de los
papeles, de nuestras trenzas?
Descubrir estos que pasan volando sobre el pueblo me llevó años en que no pensé
en este cielo de aves negras y blancas, amarronadas, del asfalto, los alambres,
arriba de mi cabeza inclinada, de las milongas que no escucho, los versos.
No sé cuándo volví a escuchar el teru-teru que ahora
mismo –mientras escribo, un nene patea una pelota, los perros, los autos- me
llama a los gritos con mi nombre –Laura Laura repite- la promesa de
volver volver.
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