miércoles, 18 de septiembre de 2013

Toy Puppets

Era como un pequeño teatro de Pollock, entraban en escena –una calle de alguna ciudad que no reconocí- un par de zapatos plateados, de taco. No tacos aguja, tacos anchos como para bailar flamenco. Eran unos zapatos seguros, brillantes y altos.
Entraban solos, vacíos; con un pequeño movimiento, un impulso invisible que los hacía aparecer, desplazarse hacia adelante.
Yo estaba en otro sueño y presenciaba esta escena desde afuera. Una escena de teatro toy puppets en la que los títeres de juguete eran los zapatos.
La escena duraba diez segundos o menos y después yo seguía con mi sueño.
Pero dentro del sueño, me quedaba pensando en los zapatos, preguntándome por ellos.
Todo el día fue así. Até la escena con un hilo para que no se escapara y pensé en ella a lo largo de las horas.
¿Qué hacían allí los zapatos? ¿Qué vinieron a decirme?
No era la imagen si no el movimiento lo que me inquietaba. La manera en que los zapatos aparecían, entraban.
De a poco entendí que eran fantasmas. No fue una revelación, lo fui descubriendo con la repetición de la escena grabada en el sueño.
Todavía no sé de qué hablan esos fantasmas, qué anuncian.
Me falta la Madre Azúcar de Lessing que me ayude a pescar en agua negra.

Aunque ahora, descalza y sentada en la cama, justo antes de volver a pisar terreno incierto, recuerdo que estuvimos hablando de Ana Karenina. 

Conversaciones breves

Haría cualquier cosa para evitar el aburrimiento. Es la tarea de toda una vida. Nunca puedes saber lo suficiente, nunca trabajar lo suficiente, nunca usar los infinitivos y participios de forma suficientemente rara, nunca cortar el movimiento con la suficiente brusquedad, nunca abandonar tu idea lo suficientemente rápido.

Anne Carson, Short talks


Sobre la palabra alumbrada:

Que nunca la usamos suficientemente.
Que quisiera agregarla a vos.
Que podría cerrar un poema que no hablara de la noche.
Que sería como decir tu corazón o lo que cantabas este mediodía.

Sobre J B –el miedo a su muerte:

Mientras viaja en moto hacia Rusia o a un pueblo en el que alguien tiene un nombre ruso- no se le ven los ojos ni la boca bajo el casco – es una ráfaga frágil que podría atropellas cualquier camión cargado de papas o zapallos todavía un poco verdes. Con dos o tres trozos dibujaría la trayectoria de su cuerpo en el aire.

Sobre los cuerpos en la playa:

Hasta yo misma me pongo un short, una remera roja y salgo.

Sobre el 7 de enero de 2013:

Nada destacado más que el amor en la siesta y ahora el mar moviéndose sobre los grillos y el viento.

Sobre la mañana en el hospital:

La chica que habla a los gritos con un amigo: LLAMAME / DESPUES/ TRABAJO/ NO SÉ
Las otras tres pibas con sus guardapolvos, una –arremangada, con una gasa en el antebrazo, le sacaron sangre- muerde una manzana roja.
La que repite dos veces el apellido y pide que la acompañen.
Y yo que doy mi brazo izquierdo, cierro el puño y pienso en la segura serenidad de la enfermera al clavar la aguja.
Para distraerme intento listas mentales de cosas que sé hacer así, con certeza.


Sobre las naranjas:

No es igual tenerlas ahí, en el árbol del patio, candilejas.
Todos los ojos vienen a verlas.
También ellas son ojos ardientes que vigilan nuestros movimientos con la escoba, las llaves, las sillas, la mano que se acerca, se agranda, la boca.

Sobre las naranjas de Anahí:

Dice que las arrancó el viento, que desparramadas en el patio eran peces flotando en el mar dorado del invierno.

Sobre la palabra amarillo:

Modorra de los gusanos de seda en tiempo de niebla.




Martes 30 de julio 2013

Me sorprendió una maceta en la entrada de baldosas de una casa –y sé quién vive en esa casa, qué hermanos que no imagino cultivando flores-
Pero me sorprendió esa maceta llena de pensamientos gozosos, frescos, recién despiertos, violeta bordó casi negro amarillo entreveros.
-Es hora de poner pensamientos- pensé
Es hora- pensé y pensé en el calendario.
Flores para salir del invierno, hacer girar el tiempo, la tierra en un gran bostezo, el año nuevo.
Aquí la idea interrumpió la secuencia: el año nuevo acaba de empezar, las señales son clarísimas: días más largos, brotes, flores en los almendros, los pensamientos en la maceta de los vecinos.
Lo demás es una abstracción: bruscos cortes en el almanaque, engaños; arrebatan.
Delante de nuestros ojos está el otro tiempo, el tiempo material, lento y suave, con sus secuencias largas, desplegándose como un abanico pintado con flores y pájaros. El tiempo de la belleza: encarna colores, sombras, susurros, pétalos, migraciones, sal, sequía, transparencias, pariciones, muertes.
Sería más fácil si no lo olvidáramos.
Mi otra vecina, la del jardín milagroso, lo sabe perfectamente: En las vacaciones de invierno se siembran los gladiolos – me dijo, como una fórmula mágica que sacará varas rojas en diciembre.
Sólo se trata de adscribir la poética de la estrella.


Paso de los teros

Pasan todas las mañanas, son un alerta, anunciadores de que el día está en tránsito.
Cuando era chica, eran los guardianes del patio de la abuela.
Me preguntaba por qué no volaban, no se iban cielo arriba. Se comportaban como gallinas, gallinas flacas, descoloridas, serias.
No sé cuando supe que les cortaban las alas.
¿Cómo se cortan las alas de un tero?
¿Quién les cortaba las alas, la abuela, el abuelo? ¿Con la tijera de salir al patio a buscar achicoria? ¿Con la tijera de los papeles, de nuestras trenzas?

Descubrir estos que pasan volando  sobre el pueblo me llevó años en que no pensé en este cielo de aves negras y blancas, amarronadas, del asfalto, los alambres, arriba de mi cabeza inclinada, de las milongas que no escucho, los versos.

No sé cuándo volví a escuchar el teru-teru que ahora mismo –mientras escribo, un nene patea una pelota, los perros, los autos- me llama a los gritos con mi nombre –Laura Laura repite- la promesa de volver volver.