sábado, 26 de octubre de 2013

Un arte

El arte de perder no es difícil adquirirlo.
Tantas cosas parecen empeñadas
en perderse, que su pérdida no es un desastre.
Elizabeth Bishop


Cuando no lo viste con tus ojos deshacerse, no te dijo adiós, se fue o algo que se rompe.
Perder, perder literalmente: Dejar de poseer, o no hallar, una la cosa que se poseía.
Y más abajo, en las acepciones más lejanas:
No percibirse una cosa por el sentido corporal que a ella concierne.
Naufragar, irse a pique.
Amar mucho a una persona o cosa.
Vale todo eso: no poseer ya lo que poseíamos -amado- naufragar en la pérdida, volvernos ciegas.
Tal vez esa es la más acertada: No percibirse una cosa por el sentido corporal que a ella concierne.
Esa pérdida: buscamos por toda la casa y no podemos verlas.
Somos naúfragas entre restos que no son suficientes.
Entra en el misterio –dijiste vos.
Las casas se comen cosas cuando no miramos –dice Hustvedt.
Algo que se pierde, se va de nuestros sentidos para siempre, cuerpo que ya no veremos.
Ni siquiera es la muerte de lo que hablo.
Objetos mínimos que eran como nuestra alma.
Y el alma se vuelca así, en cosas que casi siempre se pierden de vista.


Ambar

Es como quedarse en un fruto dulce,
pegajoso.

Fernanda Castell

Aquí estoy, dentro del fruto: las palomas ululan, la boca apenas abierta del viento que huele a aromos, hace un túnel. Las palomas se sobreponen, cruzan sobre mi cuaderno. Y los perros, vaya a saber dónde.
El agua que yo misma dispuse para las plantas es otra voz –voz mecánica del agua en el regador- voz controlada del agua- no mar o río, llanto sería así, simétrica, ritmo fijo, predecible, ahora vuelve.
Divago dentro del fruto y puedo mucho más: rosa del duraznillo, algunos pétalos perdidos, las gazañas despiertas. ¿Y los sentimientos? ¿el miedo, la esperanza?
Dentro del fruto dulce y pegajoso es imposible moverse. Lo dulce se vuelve denso.

Inmóvil como una insecta dormida en el ámbar.

Bosque de Zambrano

Y si entra como intruso,
escucha la voz del pájaro como reproche y como burla...
María Zambrano


Entrar en el bosque del carpintero y la calandria, en conversaciones de benteveos, a la vista de las hormigas. Rocas que alguna vez rodaron bajo el agua. Bicho feo bicho feo. Aire verde colgado de las hiedras que tapizan los pinos. Concierto, aleteo de palomas. El penacho rojo. Trizas, partículas.
Alrededor de los álamos la luz hace ronda, traza un círculo cerrado, toca y brilla. Amarillea. Cortada a cuchillo la luz.
Dentro de la cúpula de sombra, corona de pájaros, duenda o piedra yo y el viento que entra en puntas de pie. Mueve una hoja allá, otra. Todo se lleva un dedo a la boca.

Un nido de hornero anuncia que algo del  mundo todavía es de ellos, espíritus nacidos de huevos a lunares que se “cagan en el espíritu” de la poeta –como quería Artaud.

miércoles, 9 de octubre de 2013

16 de marzo

Una de todas las hojas de un parral, iluminada por una línea de sol que descubre las manchas amarillas que empiezan; lo verde, lo marrón.
Una lámpara era esa hoja en el follaje opaco hace cinco, diez minutos. Ahora que vuelvo a pasar ya no está. Si volviera mañana a la hora exacta tampoco la encontraría (es la belleza).
La luz crea las cosas, transforma la materia hasta hacerla transparente o espejo o fundirla en la oscuridad.
Esa hoja estuvo ahí, en esa exacta disposición iluminada, uno/ dos minutos para mis ojos, ese día esa siesta. No se acaba. Permanece.

El silencio perfecciona la luz.