Notas de otoño:
1.
Mi vecina oriental borda una tela celeste amplia
que despliega sobre la mesa del jardincito. Descanso en eso con la tijera de
podar marcándome los dedos. Se ha puesto lentes como yo cuando escribo.
Concentrada en la aguja sobrevuela la mañana después de la lluvia de anoche. El
encanto huele a marino, animal. Cada una con sus manos, somos las únicas
mujeres sobre el mundo. Callan los pájaros y los hijos.
2.
Desde el martes pienso todos los días en el
vestido de Christine. Fue después del violoncelo que comprendí esa necesidad.
Cuando abrió la caja y lo trajo con ella. Hablaba con nosotras de cosas sin
importancia, pero no había un solo gesto de distracción, todo era preciso y
sagrado. Recostado sobre la falda amplísima, se contaban secretos delante de
todo el mundo. Un unicornio recién domesticado.
3.
Ahora quiero dibujar. Concentrarme en la forma
de las cosas. Su cuerpo. ¿Dibujar la forma obvia vérselas con el alma? Bordes,
curvas, huellas. El trazo fino de una nervadura. Las espinas. Los ojos. No
agregar colores. Iguales herramientas. El objeto en su presencia. Que se
entiendan mi mano y la cosa en su idioma. Que no haya boca.
4.
Cuando puedo quedarme en casa, hago pequeñas
tareas domésticas que me hacen feliz. Colgar la ropa en el tendal, encender el
fuego, tender la cama, barrer las hojas, cortar en juliana una cebolla. Una
reina que sonríe al eclipse. El tiempo se ablanda como si viviera en una
campanilla. Azul. No viento filtrándose bajo las puertas. Reina en zapatos de
goma, para no despertar a los que duermen. Liberada la urgencia contra la
muerte, ya no hay que escribir. Sólo tazas sobre la mesa.
5.
En el sueño, Licia es la tía Minuccia. No sé
cómo lo sé, pero no importa. El centro es una virgencita en la terraza de
Licia. Su casa en Buenos Aires tenía una terraza a la que subí sólo una vez.
Ahí está la virgen que vamos a ver. Sé que fuimos ahí para verla. Con manto
celeste. Decimos: Tiene los cintillos en
la cabeza, como una corona, eso la lastima. Hace años que no pienso en la
palabra cintillo. ¿Era un anillo de compromiso? Una piedrita brillante en el
dedo del corazón, titila lejana como una de las Marías. Hay algo más en la
libreta donde anoté mi sueño. Escribí: Aquí
pienso en mi hermana. Pero no puedo recordar por qué lo escribí. Las
historias de vírgenes que sangran las contaban las tías italianas: Licia,
Minuccia, Lina, Antonietta. Esa sangre era siempre lágrimas. Sangrar como
llorar por los males que ellas habían aprendido de memoria y repetían con los
ojos cerrados.
El sueño estaba inmerso en otro sueño en que la
hija de mi amiga daba a luz. No recuerdo la sangre del parto envolviendo la
cabecita asomada de la flor. Estábamos como pétalos en torno, abriéndonos cada
vez cada vez. Dispuestas a ceder nuestros vestidos al tiempo. Mantos apenas perfumados.
El color yéndose desde el borde hacia el centro. Virgencitas que las hormigas
despedazan y llevan. En ese mar manso, madres e hijas, antes de la irrupción de
la otra escena. Ceñir, sujetar. Cingere.
6.
10 de mayo. Liebres al borde de la ruta. De
noche. Una que no supe que era. Cosas que ves sin tiempo a identificarlas. El
cerebro, toda la máquina perceptiva no alcanza a procesar lo que guardó el ojo. Pero algo guardó. Tuvo la imagen, un
aleteo. Cuando vi la segunda liebre, a pocos metros de la primera, supe que la
primera era una liebre. La segunda visión me reveló la primera. Liebres al
borde de la ruta. Brillaba un poco la piel verde
marrón amarilla, las orejas.