jueves, 3 de agosto de 2017

Notas de otoño

Notas de otoño:

1.
Mi vecina oriental borda una tela celeste amplia que despliega sobre la mesa del jardincito. Descanso en eso con la tijera de podar marcándome los dedos. Se ha puesto lentes como yo cuando escribo. Concentrada en la aguja sobrevuela la mañana después de la lluvia de anoche. El encanto huele a marino, animal. Cada una con sus manos, somos las únicas mujeres sobre el mundo. Callan los pájaros y los hijos.

2.
Desde el martes pienso todos los días en el vestido de Christine. Fue después del violoncelo que comprendí esa necesidad. Cuando abrió la caja y lo trajo con ella. Hablaba con nosotras de cosas sin importancia, pero no había un solo gesto de distracción, todo era preciso y sagrado. Recostado sobre la falda amplísima, se contaban secretos delante de todo el mundo. Un unicornio recién domesticado.

3.
Ahora quiero dibujar. Concentrarme en la forma de las cosas. Su cuerpo. ¿Dibujar la forma obvia vérselas con el alma? Bordes, curvas, huellas. El trazo fino de una nervadura. Las espinas. Los ojos. No agregar colores. Iguales herramientas. El objeto en su presencia. Que se entiendan mi mano y la cosa en su idioma. Que no haya boca.

4.
Cuando puedo quedarme en casa, hago pequeñas tareas domésticas que me hacen feliz. Colgar la ropa en el tendal, encender el fuego, tender la cama, barrer las hojas, cortar en juliana una cebolla. Una reina que sonríe al eclipse. El tiempo se ablanda como si viviera en una campanilla. Azul. No viento filtrándose bajo las puertas. Reina en zapatos de goma, para no despertar a los que duermen. Liberada la urgencia contra la muerte, ya no hay que escribir. Sólo tazas sobre la mesa.




5.
En el sueño, Licia es la tía Minuccia. No sé cómo lo sé, pero no importa. El centro es una virgencita en la terraza de Licia. Su casa en Buenos Aires tenía una terraza a la que subí sólo una vez. Ahí está la virgen que vamos a ver. Sé que fuimos ahí para verla. Con manto celeste. Decimos: Tiene los cintillos en la cabeza, como una corona, eso la lastima. Hace años que no pienso en la palabra cintillo. ¿Era un anillo de compromiso? Una piedrita brillante en el dedo del corazón, titila lejana como una de las Marías. Hay algo más en la libreta donde anoté mi sueño. Escribí: Aquí pienso en mi hermana. Pero no puedo recordar por qué lo escribí. Las historias de vírgenes que sangran las contaban las tías italianas: Licia, Minuccia, Lina, Antonietta. Esa sangre era siempre lágrimas. Sangrar como llorar por los males que ellas habían aprendido de memoria y repetían con los ojos cerrados.
El sueño estaba inmerso en otro sueño en que la hija de mi amiga daba a luz. No recuerdo la sangre del parto envolviendo la cabecita asomada de la flor. Estábamos como pétalos en torno, abriéndonos cada vez cada vez. Dispuestas a ceder nuestros vestidos al tiempo. Mantos apenas perfumados. El color yéndose desde el borde hacia el centro. Virgencitas que las hormigas despedazan y llevan. En ese mar manso, madres e hijas, antes de la irrupción de la otra escena. Ceñir, sujetar. Cingere.

6.


10 de mayo. Liebres al borde de la ruta. De noche. Una que no supe que era. Cosas que ves sin tiempo a identificarlas. El cerebro, toda la máquina perceptiva no alcanza a procesar lo que guardó el  ojo. Pero algo guardó. Tuvo la imagen, un aleteo. Cuando vi la segunda liebre, a pocos metros de la primera, supe que la primera era una liebre. La segunda visión me reveló la primera. Liebres al borde de la ruta. Brillaba un poco la piel verde marrón amarilla, las orejas.

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