martes, 19 de septiembre de 2017

Hacer silencio

A veces, de pronto, extraño a la niña tímida que fui. El pelo atado, las rodillas juntas, la inclinación de la cabeza, la mirada un poco escondida. La encuentro intacta en las fotos de entonces.
Hablaba poco, la voz baja, siempre un paso atrás en la escuela, en las clases de italiano, en el grupo de amigas. Era alta en esa época, la última de la fila, la  del último banco en el aula. Era buena alumna, tranquila, sonriente.
Extraño especialmente su silencio, su cabeza metida en el silencio.
Muchas veces quisiera poder  volver a ese silencio. No de soledad, ni de tristeza. Silencio de lentitud. No había apuro para los días, hacía las tareas con tranquilidad, hablaba poco, escuchaba. Leía.
Recuerdo una vez, una imagen que quedó grabada para siempre, un detalle que todavía destella.
Amalia llegó al grupo en 4º o 5º grado. Una nena alegre que se hizo rápido amiga de todas. Linda, iluminada.
Una mañana, en el recreo, yo estaba parada en una ronda de compañeras y ella vino desde atrás y me subió las medias. Nada más que eso. Y reírnos.
Usábamos pollera y medias tres cuartos, seguramente azules. Se les aflojaban los elásticos y se caían. Algunas chicas usaban cancanes bajo las medias, yo no. Era como un lujo ponerse cancanes y también un poco sofisticado para mi familia, lo pienso ahora.
Ese gesto de Amalia, un gesto corporal, de contacto corporal, en esos años setenta, de poco contacto físico entre nosotras, me sorprendió. Me avergonzó un poco por mis medias caídas, pero a la vez lo sentí como un gesto amoroso, una complicidad.
No sé por qué estoy recordando esto hoy. Pero ese gesto decidido y cálido, fue un destello de algo; un instante perdido en el mar de recreos de la escuela primaria que quedó brillando, una estrellita.  Algo con mi timidez, algo con la amistad, algo con lo humano. Un aviso de los encuentros que vendrían después, la posibilidad de recibir.
A esa nena extraño a veces. Sé que sabía cosas que ahora ignoro. De la poesía, por ejemplo.

Quisiera, por un momento, su cabeza silenciosa, serena, sin necesidad de demostrar nada, de decir nada. Una cabeza limpia, mirando el mundo, ocupada en sus pensamientos. Haciendo silencio.